En octubre de 2020, en medio del caos de la pandemia, Martín Roccisano recibió un diagnóstico abrumador: tenía leucemia linfoblástica aguda. Se iniciaban meses duros para este empresario de Tigre, exguardavidas de 45 años que superó cada escollo con seguridad, fe, templanza. Los primeros síntomas se habían manifestado con dolores musculares y espasmos fortísimos, sumados a un cansancio muy marcado. Un examen de sangre exhaustivo finalmente reveló la gravedad de la situación, que combatiría con rayos, quimioterapia, transfusiones de plaquetas…
Sobre la leucemia linfoblástica aguda, explica la doctora María Marta Rivas, jefa del Servicio de Hematología del Hospital Universitario Austral, a cargo de los controles de este paciente, que “es una patología más frecuente en niños y, de hecho, presenta mejor pronóstico en edades tempranas. En los adultos las tasas de sobrevida suelen ser más bajas debido a que necesitan recibir quimioterapia intensiva, que no siempre es bien tolerada”.
Después de meses de tratamiento y varias internaciones, Roccisano recibió la noticia de que existía una posibilidad concreta de ser trasplantado de médula ósea. La esperanza llegó desde Italia; de estos pagos, el donante compatible. Se activó entonces la cadena internacional para que las células madre arribaran a destino, desde Europa, gracias al INCUCAI. “Los días previos al trasplante fueron especialmente difíciles. Es un procedimiento exigente. Uno recibe quimio combinada con rayos para eliminar la médula enferma, algo que impacta en todo el cuerpo”, recuerda Roccisano, que igualmente enfrentó la situación con optimismo.
Al respecto, habla de una confusión habitual. “Muchos creen que se trasplanta un hueso, pero no: es como una transfusión, con células madre extraídas de la sangre del donante”, explica Martín sobre el trasplante de médula que, con éxito, se realizó el 21 de mayo de 2021.
Relata Martín que, en todo el proceso, vivió largas semanas sin salir de su habitación en la unidad especial para pacientes inmunosuprimidos. Todo ingreso de personal implicaba cambio de ropa, doble puerta y controles extremos. Ni visitas familiares estaban permitidas. “El personal del hospital fue mi familia sustituta. Desde el personal de maestranza que me daba ánimos y los enfermeros que me hablaban cada día, hasta el sacerdote que se acercaba con palabras reconfortantes: todos fueron fundamentales para mi mejoría”.
“Los pacientes bajo tratamiento por leucemias agudas, así como quienes reciben trasplante de células progenitoras hematopoyéticas, en muchas instancias del proceso se encuentran severamente neutropénicos e inmunosuprimidos, de allí que la exposición a cualquier tipo de infección puede llegar a ser mortal. Es por ese motivo que deben permanecer en habitaciones donde el aire sea filtrado y la presión positiva, para que no entre ningún germen”, cuenta la doctora Rivas respecto de los recaudos que se toman en esta unidad especial.
“Fue complicado. Tenía que sostener mi empresa estando internado y, al mismo tiempo, mantenerme positivo por mi hija Sofía, que entonces tenía ocho. Uno trata de ser el sostén emocional de su familia, incluso en las situaciones en las que necesita apoyo”, señala Roccisano. “Lo más importante fue el trabajo mental”, insiste. “Cada día me decía: esto va a terminar, y yo voy a salir adelante”. Del dicho al hecho, ningún trecho: el acompañamiento médico, las terapias y las ganas de salir adelante rindieron frutos. Incluso cuando otros obstáculos se hicieron presentes. Porque, como si no bastara con la leucemia, en 2023 Martín se contagió de meningitis y pasó diez días intubado en terapia intensiva. “Otra vez el Austral me salvó la vida”, dice sin dudar hoy día.
Cuenta la doctora María Marta Rivas, que hoy se encarga del seguimiento y los controles regulares de Roccisano que, “luego del período agudo del trasplante, los riesgos continúan, tanto de infecciones como de padecer enfermedad injerto contra huésped. Martín padeció ambas; ya pasado un tiempo tuvo que re-internarse por una meningitis”.
Durante esta internación en terapia intensiva, Roccisano conoció a un tocayo que devendría buen amigo: el enfermero Martín Núñez. “Lo recibí cuando salió del respirador y, al tiempo, empezamos a charlar de cosas que no tenían nada que ver con su enfermedad: política, familia, la vida”, comparte Nuñez, quien trabaja hace casi dos décadas en el Hospital Universitario Austral, valiéndose de estrategias como el humor y la charla distendida para descomprimir. “Mientras uno hace lo que tiene que hacer -higienizar, asistir, contener-, también puede crear un vínculo. Eso les permite a muchos pacientes volver a sentirse personas en momentos en los que están extremadamente vulnerables”, precisa Nuñez. Para Roccisano, esas charlas amenas, francas sobre bueyes perdidos eran pausas muy necesarias que ayudaron su recuperación emocional y física.
Vale mentar que, después del trasplante de médula ósea, MR tuvo que volver a vacunarse “como si hubiera nacido de nuevo”. Recuperó masa muscular lentamente. Retomó la natación y el remo. “Hoy tengo una vida normal. Incluso mejor que antes. Cambié mi alimentación, aprendí a meditar, a elegir por qué vale la pena preocuparse”. Hoy, desde Tigre, donde vive y gestiona su empresa Tynet, disfruta de ver crecer a su hija -federada en gimnasia artística- y de cada brazada que da en el agua. “El cuerpo se sana, pero la cabeza es la que te sostiene. Hay que confiar, proyectar, y estar dispuesto a empezar de nuevo”, dice.
Al compartir su historia, Martín no busca otra cosa que agradecer y tender una mano. “Mi objetivo al contar esto es resaltar la profesionalidad del Hospital Austral y el compromiso de su gente, y que este mensaje pueda servir de apoyo a otros pacientes y familias que estén atravesando una situación similar”, expresa. En ese mismo espíritu de gratitud, revela un gesto que se volvió parte de su rutina: cada vez que entraba y salía del hospital, se detenía en el hall principal para tocar la mano de la Virgen y agradecer. Aún hoy, sigue haciéndolo.
La historia de Martín Roccisano es un recordatorio poderoso de la importancia de ser donante. Gracias a una persona anónima en Italia, inscripta en un registro internacional, pudo recibir el trasplante de médula que le salvó la vida.
Lejos de lo que muchos imaginan, donar médula no implica un procedimiento riesgoso ni doloroso. Es un proceso sumamente seguro y ambulatorio, similar a una diálisis. En casos puntuales, se realiza una punción en la cresta ilíaca con anestesia, pero también con riesgos mínimos. Para registrarse como donante, hay que tener entre 18 y 40 años, buena salud, pesar más de 50 kilos y donar sangre en un centro habilitado, manifestando la voluntad de donar médula.
Esa muestra se analiza para evaluar compatibilidad y queda registrada en una base nacional e internacional. Tres de cada cuatro personas que necesitan un trasplante no tienen un donante compatible en su familia: la esperanza está en gestos solidarios como este. Registrarse es sencillo. El impacto, incalculable.