Silvana Ruggieri

Silvana Ruggieri

Huellas que inspiran a cumplir tus sueños. La historia de Silvana, trasplantada de corazón.

Todo comenzó en octubre de 2014. Había terminado un proyecto laboral y formaba parte del staff de maquilladores de Telefe. Una noche me desperté con un dolor intenso en el pecho, que con los días se transformó en un dolor de estómago insoportable. Todo me provocaba náuseas, incluso el dentífrico.

Al principio pensaron que era una gastroenteritis. Pero no mejoraba: empecé a retener líquidos, me fatigaba al mínimo esfuerzo. Fui al cardiólogo, y al hacerme un ecodoppler, salió el diagnóstico: miocardiopatía dilatada severa.

Comenzaron los tratamientos, diuréticos, medicamentos... pero nada mejoraba. En diciembre de ese mismo año, mi cardiólogo fue claro: esto ya no estaba a su alcance. Me recomendó ir a otra institución de salud especializada en Cardiología y me dijo que tenía que empezar a considerar la posibilidad de un trasplante de corazón.

Ese momento no se me borra más. Estaba con mi mamá —mi gran compañera— y las dos escuchamos esa frase que nunca imaginamos: "trasplante cardíaco". No entendíamos nada. ¿Cómo era posible si yo nunca había tenido antecedentes? Ese mundo nos era completamente desconocido. Pensaba en lo peor, en un estado vegetativo, en no volver a ser yo.

Salimos del consultorio en silencio, en shock total. Busqué en Google, pero al mismo tiempo no quería saber. Me daba miedo.

A partir de ahí, vinieron los estudios, las internaciones. Por la obra social me derivaron al Hospital Universitario Austral. Empezó entonces un largo tiempo de idas y vueltas: una semana internada, otra en casa, recaída, otra internación… hasta que, después de un síncope, me dejaron ingresada a la espera de un corazón.

Ahí fue donde mi cabeza empezó a preguntarse: ¿Qué va a ser de mí?

Pero también fue el lugar donde encontré a mi tribu: la Unidad Coronaria, mi amada UCO del Austral. Compañeros de pasillo que, como yo, esperaban un corazón. Compartíamos charlas, catarsis, silencios… Nadie mejor que ellos para entendernos.

Y los médicos… qué decir. Una calidad humana impresionante. Recuerdo al Dr. Atamañuk, que ya me hablaba del deporte que iba a tener que retomar después del trasplante. ¡Yo pensaba que estaba loco! Pero fue una de las mejores cosas que me dijeron.

Los enfermeros, los mejores del mundo. Me aguantaron los días malos, compartieron los buenos, mirábamos partidos de fútbol, se reían de mis tejidos desastrosos... Me acompañaron siempre. Y la psicóloga, firme ahí, ayudándome a procesar el miedo, la ansiedad, la espera.

Y esa espera era durísima. Nadie te puede decir cuándo va a llegar un corazón. Me angustiaba pensar que necesitaba que alguien muriera para poder vivir yo. Pero en un momento lo entendí:

La donación de órganos no es esperar una tragedia, es transformar el dolor en vida. Desde entonces, comprendí cuán vital es ser donantes.

Pasaron los meses, ya era 10 de mayo de 2015, cumpleaños de mi mamá. Esa tarde le pedí que saliera un rato a tomar aire con una amiga. Yo me quedé con mis dos grandes amigas, Marian y Cari. Charlábamos y ellas estaban preocupadas por quién les avisaría el día que apareciera el tan deseado corazón y juro que no paso ni un minuto de la pregunta y es ahí cuando entran mis superhéroes, los doctores Nicolás Atamañuk y José Santucci. Era domingo de tardecita, raro verlos ahí... al verlos entrar les pregunté “¿qué hacen acá? y entonces Nico me dijo: "Imaginarás por qué".

¡No lo podía creer! Empecé a sudar, a temblar, pura adrenalina. De repente la habitación se llenó de gente, familia, enfermeros, todos felices. Era una fiesta. No me dejaron tiempo para el miedo.

Recién sentí el peso del momento al entrar al ascensor rumbo al quirófano. Silencio, frío… hasta que vi al Dr. Vaccarino, mi cirujano, que agarró mi mano y, con esa paz que lo caracteriza, me preguntó: “¿Qué música querés escuchar?”. No recuerdo si llegué a escucharlo, me quedé dormida.

El post trasplante no fue fácil. Cada cuerpo es único y así como hay personas que se recuperan rápido, también hay quienes, como yo, necesitan más tiempo y atravesar situaciones difíciles.

Tuve complicaciones. Algunas partes de esos días me las contaron porque estaba inconsciente. Mi entorno fue el que más sufrió: me entubaron varias veces, tuve líquido en los pulmones, pasé días postrada, con alucinaciones y un sinfín de emociones que no puedo olvidar.

Y aunque hubo momentos en donde parecía que me iba, que todo terminaba, volví.

Estaba enojada con todo y no entendía por qué. Me costó muchísimo aceptar a mi nuevo corazón. Al principio, no podía ni tocarme el pecho; sentirlo latir me impresionaba, me resultaba extraño, ajeno… todo era muy raro.

En fin, a los casi dos meses —si no recuerdo mal— me dieron el alta. Y el Dr. Atamanuk me dijo: “¡En dos meses te quiero corriendo!”. Yo pensé: “¡Este tipo está loco! ¿No me ve cómo estoy?”. Me había contado que había un grupo de trasplantados que entrenaba para mundiales, y que sumarme al equipo me haría muy bien. Pasaron algunos meses hasta que me animé a ir al Cenard a conocerlos… y ahí empecé a entrenar natación con ellos, el deporte que hacía de chica y que siempre se me dio bien. Le agradezco infinitamente al Dr. Atamanuk, porque con esa propuesta le dio un giro a mi historia que nunca voy a olvidar.

Volví a trabajar como maquilladora, hacía natación por las noches, con una rutina firme y una meta clara: representar a mi donante, al Hospital Universitario Austral, a mi familia y a todos los que me acompañaron.

Quería darlo todo, honrar este corazón nuevo, demostrar que no había límites.

En 2016 competí en los Juegos Nacionales en Mendoza. Y en junio de 2017 viajé al Mundial de Trasplantados en Málaga. Gané una medalla de plata y dos de bronce. ¡Increíble! Lo primero que hice fue mandarle la foto de las medallas a Nico. Nunca voy a dejar de agradecerle el empujón que me dio. Me ayudó a descubrir hasta dónde podía llegar.

Hoy por hoy podría decir muchas cosas, pero si algo aprendí es que sin salud no somos nada. Un día estás bien, y en tres meses te dicen que necesitás un trasplante de corazón.

Hoy llevo una vida normal. Trabajo, entreno, me cuido más que nunca. Me volví más consciente de lo importante: la alimentación, el ejercicio, el descanso.

A veces recuerdo cuando miraba por la ventana del hospital y veía gente entrando, saliendo, disfrutando del jardín. Yo soñaba con volver a caminar por ahí. Y lo logré.

Este corazón me devolvió la vida, pero también me enseñó a vivirla de otra manera: honrando cada día, cada paso, cada sueño.